Te ha pasado que cuando esperas con convicción a tu amigo que llegue con el trabajo final ─pues el tenia que darle retoques─, acabas enterándote que nunca lo terminó por amanecerse jugando videojuegos, entonces desesperas y quieres matarlo pues tu confianza estaba aferrada a él. ¡Te Falló! ¡Jamás volverás a confiarle nada! Por su culpa reprobaras esa materia y tus padres van a regañarte.
Sucede lo mismo en tu vida cristiana. Al llegar a Cristo te dicen que Él va a darte el milagro que tu esperas obtener, que va a prosperarte de la manera que quieres prosperar, pero al tiempo de espera descubres que no sucederá así. Entonces terminas enojado con Dios y finalmente lo abandonas. Claramente eras un Cristiano Emocional. Estabas aferrado más en los milagros que en Él Dios de los milagros. Entonces debes preguntarte ¿en quién está aferrada tu alma?
En la Biblia hay testimonio de personas que vivían aferradas a una promesa y a Dios. Jamás desviaron su confianza hacia otras personas o cosas. Al primero que podemos señalar es a Abraham, pues Dios le dio promesa de que sería padre de multitudes, y con eso de que iba envejeciéndose y su mujer era estéril, era poco creíble que pudiera tener descendencia. Más él se aferró a la promesa que Dios le había hecho, aun cuando pasaron 25 años de aquella declaración jamás flaqueo su fe.
Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años, o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia. [Ro. 4:19-22]
Otro de los testimonios que podemos notar en la Biblia es de los jóvenes Sadrac, Mesac y Abednego, en el que caso de ellos no fue solo de una promesa al que estaban aferrados, fue de Dios al que se aferraban plenamente. Aunque Nabucodonosor amenazaba con echarlos al horno de fuego ardiendo jamás doblegaron su fe, pues estaban confiados en que el Dios al que ellos servían los iba a librar. ¡Y así fue!
Entonces, ¿en quién te aferras? Si Dios te ha dado verdadera promesa el va a cumplirla. Pero no el tiempo que tu quieres, pues sus pensamientos son más altos (diferentes) que nuestros pensamientos. Así que quítate de tu cabeza la idea de que Dios va a complacerte todo de la noche a la mañana, o solo porque tu lo ''declares en fe''. Es más, Dios no es un Dios que complace caprichos. Y si no tienes promesa, aférrate a Dios. Él jamás deja desamparados a los que en el confían.
Está mi alma apegada (aferrada) a ti; Tu diestra me ha sostenido. [Salmos 63:8]
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